La FGR nada sabe y nada entiende Efectivamente, teníamos que esperar a ver con qué justificación creativa nos sorprendería la Fiscalía Gen...
La FGR nada sabe y nada entiende
Efectivamente, teníamos que esperar a ver con qué justificación creativa nos sorprendería la Fiscalía General de la República sobre el caso del "secuestro-que-no-fue-secuestro-sino-invitación-a-viajar" de Ismael "El Mayo" Zambada, y vaya que no nos decepcionaron.
El fiscal Alejandro Gertz Manero —con esa seriedad que lo caracteriza cuando explica lo inexplicable— nos ha informado que "no hay prueba" de que agentes estadounidenses hayan participado en la detención-plagio-captura-traslado-excursión-sorpresa (elija usted el término que prefiera) del legendario narcotraficante sinaloense.
"No hay ninguna otra prueba de ninguna naturaleza", declaró Gertz en la mañanera, con la misma contundencia con que un niño asegura no haber comido el pastel mientras tiene la cara cubierta de chocolate. El expediente, nos asegura, "está abierto como cualquier otro expediente". Tan abierto como las fronteras para el tráfico de fentanilo, aparentemente.
Mientras tanto, en un giro digno del mejor drama judicial mexicano, el fiscal recordó que han solicitado la extradición de "El Mayo" en cuatro ocasiones durante la administración Biden, con tanto éxito como un vendedor de calefacciones en el desierto de Sonora. Estados Unidos, por supuesto, no se ha molestado en responder, tratando nuestras solicitudes con el mismo interés que un adolescente muestra por las recomendaciones de sus padres.
La situación entera nos recuerda aquel viejo refrán mexicano: "Si no puedes verlo, no existe". La FGR parece estar aplicando esta filosofía a la perfección en el caso Zambada, elevando el arte de la negación institucional a niveles nunca antes vistos.
Mientras los funcionarios estadounidenses seguramente disfrutan de palomitas viendo este espectáculo desde el norte, los mexicanos seguimos atrapados en esta telenovela judicial donde la realidad es más surrealista que cualquier guion de ficción que pudiera escribirse.
Y así, la saga del narcotraficante más escurridizo de México continúa, demostrando una vez más que en nuestro país, la justicia y la verdad mantienen una relación tan distante como la que existe entre la austeridad republicana y los lujos presidenciales.
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Aunque los morenistas lloren, Yunes es ya suyo
En el más reciente episodio de "Transformers: Políticos en Disguise", la teleserie mexicana donde los villanos de ayer son los héroes de hoy, nos encontramos con el fascinante caso del camaleónico Miguel Ángel Yunes Márquez, quien ha realizado la hazaña olímpica de saltar desde las aguas azules del panismo hasta la marea guinda de Morena sin mojarse los principios —principalmente porque estos parecen ser impermeables o, más probablemente, inexistentes.
La Comisión de Honor y Justicia de Morena —palabras que juntas en esta situación constituyen quizás el oxímoron político del año— ha sido conminada a "acelerar el paso" para determinar la validez de la afiliación del expanista. Uno podría preguntarse: ¿qué tan rápido puede correr una comisión cargando tantas contradicciones? La respuesta: aparentemente no lo suficiente como para alcanzar la coherencia ideológica.
Mientras tanto, los líderes morenistas reconocen que el tema "ha generado mucho ruido". ¡Vaya eufemismo! Lo que realmente ha provocado es una cacofonía comparable a la de una orquesta de principiantes tocando instrumentos desafinados durante un terremoto político de 8.5 en la escala de Richter de la incongruencia.
El presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, quien en sus tiempos más radicales hubiera considerado a Yunes como representante de la "mafia del poder", ahora le extiende la alfombra roja guinda. Por su parte, Miguel Ángel Adán Augusto López, con la misma facilidad con que uno cambia de calcetines, ya anunció que aunque se anulara la afiliación del controvertido —léase "polémico hasta la médula"— político veracruzano, este permanecerá como "senador externo" en la bancada morenista.
¿Senador externo? Un término tan conveniente como novedoso. Es como llamar "nadador seco" a alguien que observa la piscina desde la orilla, o "vegetariano flexible" a quien ocasionalmente disfruta de un buen corte de carne.
Así, la antigua bestia negra del morenismo en Veracruz ahora es un distinguido compañero de viaje. La metamorfosis política más impresionante desde que el agua se convirtió en vino, aunque en este caso particular, parece más bien que el vinagre pretende hacerse pasar por champagne.
En conclusión, ya sea por la vía legal o "de manera pirata" —término que nunca había sido tan apropiado para describir este abordaje político—, Miguel Ángel Yunes Márquez navegará bajo la bandera de Morena. Quizás la 4T realmente significaba "4 Transformaciones" personales de Yunes, quien ha demostrado ser más versátil que un navajero suizo en el arte de la supervivencia política.
Como diría el gran filósofo contemporáneo Groucho Marx: "Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros". Una frase que, sin duda, debería ser grabada en letras doradas en la credencial morenista del senador Yunes.
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Y la CTM baila así...!
En lo que podría calificarse como el divorcio político del año (aunque con tantos tránsfugas en la escena nacional, la competencia es feroz), la Confederación de Trabajadores de México (CTM) finalmente firmó los papeles de separación de su matrimonio de casi nueve décadas con el PRI. El acta de defunción de esta relación se selló durante la celebración de su 89 aniversario, una ironía digna de las mejores telenovelas políticas mexicanas.
La CTM, esa central obrera fundada por el mismísimo expresidente Lázaro Cárdenas —quien debe estar girando en su tumba a velocidades suficientes para generar energía eléctrica para todo Michoacán—, parece haber descubierto repentinamente que el rojo del PRI ha pasado de moda y que el guinda es el nuevo negro en el guardarropa político nacional.
¿Y quiénes fueron los testigos de honor en este funeral político-amoroso? Nada menos que el secretario del Trabajo, Marath Bolaños, y el subsecretario de Gobernación, César Yáñez, cuya presencia en el evento fue tan "casual" como encontrar políticos en un banquete gratuito. Su asistencia tuvo toda la espontaneidad de un guion previamente ensayado.
Particularmente hilarante resultó el espectáculo de don Marath elogiando a la CTM y a su líder Carlos Aceves del Olmo con un entusiasmo digno de un infomercial nocturno. Este despliegue de amor repentino hacia la central obrera fue interpretado en los círculos políticos como un claro mensaje cifrado hacia el siempre controversial líder de la CATEM, el diputado Pedro Haces: "No tienes boleto seguro en este tren, querido".
La traducción del mensaje gubernamental es cristalina: "Querido Pedro, puede que estés acumulando sindicatos como quien colecciona estampitas, pero no te emociones, que el respaldo del gobierno no es exclusivamente tuyo". O como diría un analista político entre copas: "Te lo digo Carlos, para que lo entiendas Pedro" —frase que resume magistralmente la sofisticada sutileza de la comunicación política mexicana.
En este baile de máscaras, la CTM demuestra una vez más que en la política mexicana la lealtad tiene la duración exacta de la conveniencia, y que nueve décadas pueden olvidarse más rápido que un aumento salarial prometido en campaña.
Así, mientras el PRI se queda sin su histórica central obrera, Morena sigue pescando en el río revuelto de la desesperación priista, acumulando conversos con la misma velocidad con la que otros partidos pierden credibilidad.
La moraleja de esta historia: en política mexicana, los principios son como los calcetines, se cambian cuando empiezan a oler mal o cuando ya no combinan con el color del partido en el poder.
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Transparencia a conveniencia
En el capítulo más reciente de la telenovela titulada "Reinventando la transparencia a nuestra conveniencia", esta mañana los miembros de la Comisión de Transparencia y Anticorrupción —nombres que adquieren un tinte casi irónico en este contexto— sostendrán una reunión "privada" (¡oh, la ironía!) con la secretaria de la Función Pública, Raquel Buenrostro.
El objetivo de este cónclave secreto sobre transparencia es, aparentemente, "avanzar en la consolidación" de la flamante Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno. Un nuevo organismo con un nombre tan prometedor que casi hace olvidar que reemplazará al Instituto Nacional de Acceso a la Información, ese incómodo vigilante que osaba pedir cuentas a los funcionarios públicos.
La reunión se llevará a cabo en las instalaciones de la otrora Secretaría de la Función Pública —cuyo cambio de nombre parece ser la reforma más sustancial hasta el momento—. Se espera que los congresistas ofrezcan "observaciones" al modelo propuesto, seguramente con la misma profundidad crítica con que un niño observa un plato de verduras que no desea comer.
Pero la verdadera pregunta que flota en el aire, más densa que la contaminación en un día típico de la Ciudad de México, es si con la desaparición del INAI también se evaporarán mágicamente los casos de corrupción documentados meticulosamente por la Auditoría Superior de la Federación. ¿Serán estos expedientes incómodos enviados al mismo limbo burocrático donde descansan tantas promesas de campaña?
¿O acaso presenciaremos el milagro sexenal de ver a funcionarios respondiendo por sus actos? Una posibilidad tan remota que los astrónomos podrían clasificarla en la categoría de "fenómenos más improbables que encontrar vida inteligente en Marte".
La historia de México está repleta de instituciones que nacen con bombos y platillos, prometiendo ser la panacea contra la corrupción, solo para convertirse eventualmente en parte del problema que supuestamente venían a resolver. Como diría aquel sabio anónimo de cantina: "Misma corrupción, diferente membrete".
Mientras tanto, los ciudadanos observamos este baile de sillas burocráticas con la misma esperanza que un náufrago mirando un espejismo: sabiendo en el fondo que probablemente solo estamos viendo otra ilusión gubernamental más.
La transparencia en México parece seguir la misma lógica que los cristales de los automóviles oficiales: suficientemente oscuros para que no se vea lo que ocurre dentro, pero no tanto como para que sea evidentemente sospechoso.
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La flojera del cochino
El Instituto Nacional Electoral (INE) terminó lavando los platos sucios que dejó el apestosín favorito de los solovinos, Gerardo Fernández Noroña, y se encuentra en una carrera contra el tiempo intentando corregir los múltiples errores que plagan las listas para la elección judicial. Las omisiones del Senado, que ha demostrado tener la misma meticulosidad para este proceso que un estudiante haciendo su tarea cinco minutos antes de entrar a clase.
La mayoría de estos gazapos administrativos —porque llamarlos de otra forma sería dignificarlos demasiado— se concentran en las candidaturas para jueces de distrito y magistrados de circuito, precisamente donde hay más cargos en juego. Una coincidencia tan sospechosa como encontrar agua en el mar.
Mientras estos errores no sean subsanados, el INE se encuentra con las manos atadas, incapaz de realizar el sorteo para definir en qué distritos competirán las candidaturas en 15 estados. Todo un récord de eficiencia institucional que haría sonrojar hasta al más desorganizado de los burócratas.
El reloj corre implacable: todo este embrollo debe resolverse en menos de un mes, antes del arranque de las campañas a finales de marzo. Un plazo tan generoso como el tiempo que se toma un político para olvidar sus promesas después de ser electo.
Esta situación representa "una piedra más en el camino de la elección del Poder Judicial" —eufemismo delicioso para lo que en realidad es una montaña de obstáculos administrativos del tamaño del Popocatépetl—.
La improvisación en este proceso histórico comienza a parecer más la regla que la excepción, haciendo que la renovación del Poder Judicial avance con la misma velocidad y gracia de un elefante tratando de bailar ballet en una tienda de cristalería.
Mientras tanto, los aspirantes a jueces y magistrados observan con nerviosismo este caos organizativo, preguntándose si tendrán tiempo suficiente para hacer campaña o si, como tantas veces en la historia mexicana, tendrán que improvisar sobre la marcha. Porque nada dice "sistema judicial serio" como un proceso electoral atropellado y confuso.
En el gran teatro de la política nacional, esta comedia de errores promete más episodios antes del gran estreno electoral, dejándonos a todos con la duda de si estamos presenciando una renovación histórica o simplemente otro capítulo más en la larga saga de la improvisación institucional mexicana.
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Obvio: se les hizo bolas
En lo que podría calificarse como la confesión más evidente desde que el niño gritó que el emperador estaba desnudo, el presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo) de la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal, finalmente admitió lo que cualquier observador con un mínimo de sentido común ya sabía: las 73 leyes que prometieron desahogar antes del 30 de abril avanzan con la misma velocidad que un caracol reumático cuesta arriba.
Con la precisión matemática que caracteriza a nuestros legisladores cuando se trata de contabilizar iniciativas (pero curiosamente no cuando se trata de sus gastos), Monreal ofreció un cálculo digno de un contador creativo: "sin saber el número exacto..." —brillante introducción para quien preside el órgano de gobierno legislativo— "...han llegado ya como 28 leyes, más o menos 17 o 18 en el Senado y como 12 aquí". Una suma tan aproximada que haría llorar a cualquier profesor de aritmética de primaria.
Pero la verdadera joya de su intervención fue el anuncio, por segunda ocasión —porque aparentemente la primera vez nadie le creyó o nadie le escuchó—, de que "lo más probable es que haya periodo extraordinario". Una solución tan extraordinaria como predecible para quienes han convertido la extraordinariedad en su modus operandi habitual.
Y como si el atasco legislativo no fuera ya suficientemente monumental, Monreal anticipó la llegada de dos nuevas iniciativas: "una de adquisiciones y otra de transparencia". Porque nada dice "eficiencia legislativa" como seguir acumulando proyectos de ley cuando ya no se pueden procesar los existentes.
Este congestionamiento parlamentario nos recuerda que en la política mexicana, la planificación estratégica tiene la misma prioridad que la dieta durante las fiestas decembrinas: todos saben que deberían hacerla, pero nadie realmente la implementa hasta que es demasiado tarde.
Mientras tanto, las 73 leyes prometidas esperan pacientemente su turno, algunas probablemente con la misma resignación de un pasajero varado en el aeropuerto durante una tormenta, sabiendo que su destino depende de fuerzas más allá de su control.
La próxima vez que alguien se pregunte por qué las cosas en México avanzan tan lentamente, basta con recordar este episodio: porque incluso cuando tienen mayoría absoluta, nuestros legisladores logran convertir la abundancia de poder en escasez de resultados, una habilidad verdaderamente extraordinaria.
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Los militantes de Morena están furiosos
a la cúpula de su partido
están llegando personas sin escrúpulos,
corruptos, malvados
y de partidos que eran el ejemplo de la corrupción.
No tienen idea cómo pasó
pero ya se dieron cuenta
de que Morena se empezó a convertir
en lo que tanto combatieron
en un PRI de los setentas
en pleno siglo ventiuno.