Le falta poco para cumplir un semestre como presidenta, y Claudia Sheinbaum puede hacer un corte de caja desde la tranquilidad de quien co...
Le falta poco para cumplir un semestre como presidenta, y Claudia Sheinbaum puede hacer un corte de caja desde la tranquilidad de quien contempla un incendio forestal desde un helicóptero con aire acondicionado. Su "liderazgo político" es tan "reconocido nacional e internacionalmente" como lo es un billete de tres pesos en una casa de cambio suiza.
En menos de 24 semanas —tiempo suficiente para que cualquier mexicano pierda seis familiares a manos del crimen organizado— Sheinbaum ha demostrado ser una maestra del ilusionismo político: hace como que "consolida al obradorismo" mientras el país se desangra; simula "mantener la economía a flote" en una balsa hecha de notas promisoras y scotch; pretende "radicalizar el combate anticrimen" con estrategias dignas de una película de los Monty Python; finge "domar a Donald Trump" como quien domestica un tiranosaurio con una servilleta; aparenta "contener a la oposición", que ya venía tan contenida como un cadáver en formol; considera que los halazgos macabros en Jalisco no son siquiera "una piedra en el zapato" de su administración, y establece su "agenda mañanera" que, para variar, consiste en culpar a los fantasmas neoliberales de turno mientras la economía se desploma con la elegancia de un piano lanzado desde el cuarto piso de la transformación.
Sheinbaum ha logrado ocupar "el enorme vacío que dejó AMLO" con la misma eficacia con que un dedal pretende llenar el Cañón del Colorado. Su "singular combinación" de evocar una, y otra, y oootra vez al expresidente mientras se "deja tocar por un movimiento en duelo" recuerda a esos médiums de feria que cobran por contactar a los muertos mientras el público llora como cocodrilo y aplaude como foca, pagando gustoso por ser estafado.
¿Una revelación de simpatía? Por supuesto que no. La presidenta tiene la misma calidez emocional de un refrigerador soviético. Pero ha desarrollado la "consciencia" de que sus "giras de fin de semana" requieren simular empatía, como quien programa a una aspiradora robot para que diga "gracias" después de chocar contra los muebles. Sus abrazos a "chicos y mayores" tienen la espontaneidad de un contrato notariado y la calidez de un apretón de manos en una morgue.
Mientras AMLO mantenía una "distancia cuasi olímpica" —como Zeus lanzando rayos desde el Olimpo pero con chanclas—, Claudia pretende ser "cercana", en ese permanente estado de "campaña" que los mexicanos, masoquistas por excelencia según revela un estudio de la Universidad del Cinismo Tropical, parecen disfrutar como si fuera chocolate caliente.
En esas giras semanales, diseñadas con la precisión de un show de Broadway pero con el presupuesto de una pastorela escolar, se le ve "a gusto con la masa", término que casualmente también describe la consistencia cerebral de quienes aún creen en las promesas sexenales. La "comunión" con sus seguidores no se debe únicamente a que "baila con niños" —ni el mismísimo Herodes podría ser tan sádico—, sino porque cada semana logra que "las labores más rudas del gobierno no se hayan salido de madre", frase que en el diccionario gubernamental significa "que la catástrofe aún no sea visible desde el espacio exterior".
El cambio del "abúlico secretario de Hacienda" por uno con "más posibilidades de relanzar la interlocución nacional e internacional" es como celebrar que se ha sustituido al capitán del Titanic justo cuando el barco ya besaba el iceberg. ¡Bravo! ¡Qué visión estratégica!
Y qué decir de su "estrategia de tres vías frente a Estados Unidos": cabeza fría (congelada, diría yo), ánimo colaborativo (como el de un rehén frente a su secuestrador) y reivindicación de la soberanía (proclamada desde un país donde los cárteles tienen mejor armamento que el ejército). Todo esto ante el "mercurial y atrabiliario" Trump, quien probablemente ni ubicaría a México en un mapa si no fuera porque tiene hoteles allí.
El combate frontal en Sinaloa inició "tan pronto como el sexenio", aproximadamente 18 años después de que el problema se volviera una crisis humanitaria. La "expatriación a EU de 29 procesados" es presentada como un logro comparable a la conquista del espacio, cuando en realidad es como presumir que se ha limpiado una cucharita mientras la cocina entera se incendia.
La presidenta ha "relanzado la agenda de justicia para las víctimas de desaparición forzada", lo cual, considerando las más de 124,000 personas desaparecidas según cifras del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), es como ofrecer una curita a alguien que le acaban de amputar ambas piernas.
Su mañanera "no tendrá el salero tabasqueño" —gracias a Dios por pequeñas misericordias—, pero se ha probado tan "útil" como un paraguas en el desierto para "contener a la oposición", esa entidad mitológica que aparentemente existe en algún universo paralelo donde la relevancia política aún importa.
No es que todo vaya mal: el desabasto de medicamentos y Pemex son "grandes dolores de cabeza", en el mismo sentido en que el trasbordador Challenger experimentaba "problemas menores de calor". Pero estamos "muy lejos de una crisis política o de liderazgo", principalmente porque para tener una crisis de liderazgo, primero habría que tener liderazgo.
"Hay presidenta" dicen los solovinos con la convicción de quien anuncia que hay sol en el cielo. Lo cual, en el contexto actual, es tan reconfortante como que te digan que hay oxígeno en la atmósfera mientras tu casa se quema.
Claudia Sheinbaum evoca tanto a AMLO porque, como todo buen acto de ventriloquismo político, necesita administrar la nostalgia de los mexicanos, y provoca que recordemos cada media hora quién le mueve los labios.
Lástima que mientras tanto, el país siga siendo el muñeco.